“Hacemos un periodismo que la gente no quiere” El catedrático Víctor Sampedro, autor de “El cuarto poder en red”, asegura en una entrevista que los periodistas de hoy son imprescindibles para hacer el periodismo del mañana, “pero con un giro copernicano de planteamientos, de habilidades y de destrezas”.
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irma un ensayo de 272 páginas y ya en la línea 18 se apresura a aclarar que lo que sigue no es un ataque al periodismo sino todo lo contrario, una defensa apasionada. Esta madrugadora advertencia es el preámbulo de una “crítica honesta, una autocrítica”, como la define el autor. Un ejercicio que deviene en un escrutinio feroz.
El catedrático Víctor Sampedro dirige el Máster en comunicación, cultura y ciudadanía digitales que imparte la Universidad Rey Juan Carlos en el MediaLab Prado, en Madrid. En su libro El cuarto poder en red revisa el papel de los periodistas y las empresas de medios y pronostica que su supervivencia requiere de un cambio profundo, radical. Sampedro otorga al periodismo y a los periodistas la capacidad y la responsabilidad de lograr una transformación social que contribuya a la regeneración democrática.
Escuche la entrevista completa aquí.
Su diagnóstico resulta extremadamente severo, despiadado.
Sí, el libro es despiadado porque veo rasgos de degradación en el ámbito académico y en el profesional. Y en el ámbito profesional del periodismo, si me pusiera un pelín dramático, hablaría de punto de extinción. Son otras facultades, y no las de comunicación, las que están haciendo mejores análisis y propuestas de viabilidad del periodismo y son otros, otras empresas y otros ciudadanos que no están licenciados como periodistas, los que están haciendo mejor periodismo actualmente.
¿Por ejemplo?
Por ejemplo, determinados desarrolladores informáticos con las aplicaciones que están poniendo en el mercado. Wikileaks y todas las plataformas de filtraciones están dando y redistribuyendo poder comunicativo entre la ciudadanía. Están proponiendo que todo ciudadano sea capaz de funcionar como un soplón, como un alertador de graves problemas sociales, y no son periodistas quienes lo hacen, sino desarrolladores. O, por ejemplo, la aplicación Appgree, que está utilizando Podemos y que permite una comunicación de muchos a uno. Y no son periodistas los que han desarrollado ni ideado eso.
Muchos periodistas se ven sometidos hoy a una tremenda presión, ejercida simultáneamente desde varios flancos: la precariedad laboral, los despidos y las bajadas de sueldo; la desconfianza de los ciudadanos hacia los medios para los que trabajan; las concesiones a los poderes políticos y económicos, o la forzosa necesidad de adaptarse a un entorno digital desconocido. En su respuesta y en su libro da la sensación de que no cuenta con los periodistas de hoy para hacer ese periodismo del mañana. Y es muy duro con ellos.
Sí, y entiendo que esto duela. Insisto que son críticas que dirijo hacia mi propio ámbito de acción, yo soy académico y periodista, y a mi propia institución. Hay un amigo hacker que me escribe sus correos diciéndome que no son tiempos para hacer cualquier cosa, y yo le contesto que tampoco lo son para decir o escribir cualquier cosa. Creo que nos estamos jugando mucho en el momento actual, nos estamos jugando la posibilidad de reinventarnos como instancias educativas y de experimentación social, que la universidad y el periodismo vuelvan a ser lo que fueron.
¿Pero contempla usted en ese proceso a los periodistas actuales?
Es imposible hacer el periodismo del mañana sin los periodistas de hoy. No son solo necesarios, son imprescindibles. Son imprescindibles pero con un giro copernicano de planteamientos, de habilidades y de destrezas. Ha llegado el momento de que las redacciones reconozcan que el producto que están sacando no es querido por la audiencia. La gente no está dispuesta a comprar y a pagar por la información tal y como ahora se nos ofrece.
Esto es una realidad: hay muy pocas empresas informativas viables. En los buenos tiempos decíamos que hacíamos el periodismo que la gente quería, porque simple y llanamente nuestra tirada nos permitía decirlo. Ahora tenemos que decir que hacemos un periodismo que la gente no quiere. Y es obvio que para los periodistas hay muchos más estímulos y muchos más apoyos fuera de las redacciones que dentro de ellas, tal y como están ahora configuradas.
¿Quiere decir que los periodistas necesitan salir de las redacciones para hacer ese periodismo?
Es que el periodismo no se puede hacer dentro de las redacciones. El periodismo que se hace dentro de las redacciones son las notas de prensa que vienen fundamentalmente vinculadas a las carteras de publicidad que tiene cada redacción y a las fuentes institucionales con mayor poder, que también están dentro de la redacción de alguna forma, ¿no? Insisto, la gente ya no paga por publicidad ni por propaganda política.
Usted emplea calificativos dolorosos en referencia al periodista. Y cito literalmente de su libro: “Guardián de los secretos del poder anclado en rutinas profesionales obsoletas. Paternalista con los ciudadanos. Atrapado en un universo privativo donde compartir es robar. Defiende un monopolio de saberes trasnochados. Prisionero de discursos estandarizados y mojigatos. Desbordado por su propia necesidad de supervivencia, no es capaz de ofrecer respuestas lo suficientemente creativas a la crisis del periodismo porque actúa más desde la necesidad, de que hay que comer, que desde la pasión profesional”.
Siento que eso suene duro, pero quiero insistir: toda crítica es una autocrítica y me parece que es indiscutible. Llevamos más de una década sabiendo que si con nuestro periódico no ofrecemos una cubertería completa o no ofrecemos algo más, la gente no ve razón suficiente para cargar con ese peso de papel, mancharse las manos y luego tener que reciclarlo.
Pero ¿qué le queda entonces al periodista, según usted? ¿Escapar de la redacción?
El libro acaba con un estudio que hizo una periodista joven del máster. Habló con autores de 20 proyectos de periodismo digital, que le dijeron varias cosas. Primero, la necesidad de comer nos ha llevado aquí, nos ha llevado a convertirnos en propios empresarios de nuestras iniciativas. Segundo, que ese intento nos ha hecho saber que o dependemos del público o estamos muertos, es el público nuestro principal activo. Tercero, que una vez que sabíamos que esa dependencia del público era cierta, o les hacemos partícipes de nuestra propia organización vía socios, vía mecenazgos, vía suscripciones, o formamos con ellos comunidad más allá del periódico.
Cuarto, nos dimos cuenta de que o empiezan a coproducir con nosotros y nosotros con ellos, dándoles visibilidad, o estamos muertos. No ganamos tanto dinero como antes, pero nos lo pasamos muy bien, aprendemos mucho y sabemos que hemos sobrevivido.
Hay experiencias de un periodismo así no sólo de medios de comunicación sino de pequeñas secciones y ventanas troneras por las que están respirando viejos dinosaurios del periodismo.
Los periodistas se han caracterizado históricamente por ser personas con una enorme curiosidad intelectual y capacidad de observación. ¿Se ha perdido esa figura hoy? ¿Sería adecuado abrir las redacciones a otras disciplinas, no sólo a la tecnología, sino al conocimiento, al humanismo?
A ver, las redacciones han estado abiertas hasta hace, ¿qué?, ¿tres décadas, cuatro? Han estado abiertas siempre. Una redacción cerrada era una que ya sabía lo que quería decir y a quién se lo quería decir, y eso es un publicitario, no es un periodista.
El periodista cerrado en su redacción y que cifre su valor en una agenda de contactos exclusivos es un ser improductivo en la ecología comunicativa del siglo XXI
Yo no estoy propugnando que ocurra nada nuevo en el periodismo, sino que el periodismo retorne a lo que era. Un periodista era un profesional que se definía por una curiosidad inagotable que lo convertía en un “todólogo” pero en un “todólogo” que no era un vendedor de crecepelos o de generalidades, sino que daba información rigurosa, puntual, que permitía comprender al menos en sus aspectos más básicos el funcionamiento de la economía, de las instituciones políticas.
El periodista cerrado en su redacción y que cifre su valor en una agenda de contactos exclusivos es un ser improductivo en la ecología comunicativa del siglo XXI. Donde, por ejemplo, los espacios de trabajo son comunes y colaborativos, donde el producto y el servicio se están reconfigurando constantemente según las aportaciones y las exigencias de los usuarios, que son quienes mejor conocen el producto y el servicio. Y que además están sometidos a una transformación constante.
Antes el periódico era un producto que se daba cerrado en un soporte que era fijo y estable, eso es lo que se pensaba que era el periodismo. Ninguno de nuestros estudiantes de periodismo consume eso. Lo que están buscando es otra cosa, en otro sitio, y lo están encontrando. Están consumiendo un flujo constante de información que circula no en un soporte fijo, sino en un canal que está vinculando otros muchos mensajes que no son informativos.
Hay un punto en el periodismo tradicional que empobrece a nuestras comunidades, no permite la participación activa y degrada la convivencia. El producto cerrado busca sólo la atención para vendérsela a los anunciantes.
Hoy seguimos funcionando con parámetros del pasado. Nos encontramos con una realidad que convierte esa oferta actual en obsoleta y, yendo un punto más allá, injusta en términos sociales.
¿A qué se refiere con “injusta”?
A que es un producto que se blinda de la competencia en vez de pedir colaboración, es un producto que exige la exclusividad y busca todavía la exclusiva cuando lo importante es el debate que genera esa exclusiva. En el caso de la corrupción, por ejemplo, lo importante no es quién lo dijo primero, sino quién va a aportar la mejor solución para transformar eso. Hay un punto en el periodismo convencional que, diríamos, empobrece socialmente a nuestras comunidades, no permite la participación activa e incluso degrada la convivencia. El producto cerrado lo que busca es únicamente la atención para vendérsela a los anunciantes.
Asegura usted que internet no es la causa de los problemas del periodismo, sino su condición de supervivencia. Y sostiene que los públicos más críticos han emigrado a otras pantallas, a soportes que no son el diario impreso. En relación con la capacidad crítica y la credibilidad, hay una cita en el libro de Borja Bergareche “Wikileaks confidencial” que me gustaría traer a esta conversación. El director de ABC, Bieito Rubido, asegura: “Hoy por hoy, la prensa sigue siendo capaz de derribar gobiernos; internet por sí solo, sin asociarse a una marca de peso y de trayectoria informativa, no irá mucho más allá de la polémica o el espectáculo”. ¿Qué opina?
Yo a veces creo que hablo de un país imaginado, inventado. Yo llevo viviendo unos cinco años una realidad que desmiente eso que acaba de decir.
Nadie habría dicho hace un año que la primera fuerza en intención de voto sería una que no existía.
Nadie habría dicho con el comienzo de la crisis que los mismos medios que decían que la crisis no existía, porque así lo decía el gobierno instalado, iban a entrar en una crisis tan profunda que la viabilidad y la sostenibilidad de la inmensa mayoría acabaría siendo muy cuestionable.
Nadie habría dicho que el periodismo iba a renacer con economías basadas en micro mecenazgo, lo que todos conocimos como suscripción. La suscripción es volver a la esencia, es la constatación más palpable porque es un compromiso de confianza de la credibilidad, del rigor.
Nadie habría dicho que los propios periodistas tocados por la crisis iban a ser sus propios jefes.
¿Infravalorar la credibilidad de internet más allá de las marcas es negar la realidad?
Es que no sé muy bien lo que quiere decir por marca y lo que quiere decir esa cita (de Bieito Rubido). Incluso me atrevería a decir que no está bien empleado el término.
La cita se podría interpretar como que las grandes marcas, las cabeceras tradicionales, se atribuyen en exclusiva la credibilidad periodística y la capacidad de influencia.
El problema de la marca, como todo significante, como todo símbolo, es cuando se convierte en pura autorreferencia. Y el periodismo es hoy pura autorreferencia, solo se comentan estas cosas entre ellos. Hemos estado produciendo sólo productos de consumo interno, hemos tenido un discurso endogámico, nos hemos preocupado por peleas de corral internas hasta límites increíbles. Han ocupado nuestra mente, nuestros esfuerzos, mientras que todo lo demás era completamente irrelevante por desconocido y desatendido. Hasta hace poco la gente no tenía otros lugares donde expresarse y sin embargo desde hace una década cierta gente ha alcanzado un grado de discurso, de edad y de pensamiento, y se ha puesto en marcha desde lo digital para luego saltar directamente a lo real.
A mí me gustaría que la gente abriera los ojos a lo que están haciendo sus hijos, sus sobrinos, sus compañeros más jóvenes y que se dieran cuenta de que se están quedando cercados en un discurso autojustificatorio que resta valor a aquello que desconocen, que lo perciben como amenaza, en lugar de como reto que incorporar y desarrollar juntos.
¿Por qué no planteamos que el negocio de la información es incompatible con el de la publicidad tal como está concebida ahora, ya no digamos de la propaganda, bien sea de un estado o bien de las organizaciones? Sólo de esa manera la gente tendrá confianza en nosotros.
Me da la impresión de que hay gente que envejece muy mal y que simplemente no es capaz de asumir algo que yo creo que es más profundo: que en ese mundo ellos no están fuera sino que podrían estar dentro, que ese mundo no es hostil, que ese mundo no va a acabar con ellos.
Los directivos andan enfrascados en la búsqueda de un modelo de negocio digital. ¿Considera que este debate sobre el modelo de negocio, al que por cierto se suman cada vez más periodistas, nos paraliza y nos aleja de una reflexión profunda sobre el periodismo que estamos haciendo y el que deberíamos hacer?
Totalmente. Creo que no existe modelo de negocio para el periodismo con la degradación de valores y de prácticas profesionales y de condiciones de trabajo actuales. La gente no puede reconocer el valor de una información que se intenta que sea producida en el mínimo tiempo y con el mínimo coste posible para rentar lo máximo también en un periodo cada vez más corto. ¿Por qué no planteamos que el negocio de la información es incompatible con el de la publicidad tal como está concebida ahora, ya no digamos de la propaganda política ya sea de un estado, ya sea de unas organizaciones? Precisamente la información periodística servía para desmentir las supuestas informaciones de esos otros géneros persuasivos.
Vale, lo primero en nuestro negocio son las noticias, pero nuestro negocio no es la atención simplemente del público. Las noticias son mensajes delicados, tienen por una parte que reflejar lo que se está conversando pero por otra parte tienen que anclar esa conversación en hechos incontestables. Tienen que recabar atención pero no tanta como para pervertir ese producto a costa de la mayor audiencia posible. Es un encaje delicado, estamos dando voz al poder y al mismo tiempo estamos diciendo que lo controlamos.
Debemos buscar un modelo de negocio que no busque el máximo beneficio, sino simplemente la sostenibilidad. La eficiencia a todo coste significa que precarizas tanto las condiciones de trabajo para conseguir el máximo rédito, que nadie está dispuesto a pagar por ese producto.
Por lo tanto, partamos de que en los negocios de un producto delicado hay que ser especialmente cuidadoso en la selección de la gente que los produce, en las competencias de la gente destinada a por lo menos tomar decisiones clave sobre ellas, sobre cómo se hacen o cómo deberían hacerse. Por lo tanto, todo eso tiene que enmarcarse en un modelo de negocio que no busque el máximo beneficio, sino simplemente la sostenibilidad. Eso es lo primero.
Eso supone un cambio radical de modelo.
Es que o se produce ese cambio o, si no, la otra lógica va a seguir imperando: la lógica no va a ser simplemente la eficacia, conseguir determinados objetivos. Va a ser la eficiencia a todo coste. Y la eficiencia a todo coste significa que precarizas tanto las condiciones de trabajo para conseguir el máximo rédito que nadie está dispuesto a pagar por ese producto.
Ese modelo de sostenibilidad que menciona es el que están ensayando los nuevos proyectos periodísticos digitales hoy en España.
Claro. Asegurémonos un salario digno, aseguremos un retorno de beneficios a la propia empresa y luego busquemos colchones que nos permitan experimentar y avanzar hacia reelaboraciones del producto que vamos a tener que acometer para seguir estando en el juego de la oferta y la demanda. Hay que experimentar con los nuevos públicos porque si no, no vamos a renovar audiencias, y los nuevos públicos necesitan, por ejemplo. gamificación, necesitan jugar con las noticias.
El periodismo tiene que saber que nunca va a haber público suficiente para costear las muy buenas noticias. Y los mimbres para construir ese periodismo ya están aquí. Financial Times sabe que su comunidad de lectores es de altísimo interés para numerosos gestores de la economía y de la política mundial. Ellos no van por números, por clics, sino por tiempo de lectura. ¿A ti qué te interesa, tener muchos lectores o lectores que consuman mucho tu medio? De esta manera tiene tanta credibilidad tu medio que el anuncio de un coche específico para esa comunidad a la que sirves es tomado con una credibilidad fundamental. Por lo tanto, aumenta tus ventas de una manera increíble precisamente en el público que querías.
Pero usted había mencionado que hay que separar la publicidad y la información, y acaba de defender aparentemente lo contrario en el caso del Financial Times. Decía que las noticias son un producto muy delicado y nunca va haber gente suficiente para pagarlas, pero que hay otras cosas que se pueden hacer. ¿Por ejemplo?
Primero, tener claro que es un producto muy delicado. Segundo, pensar en una economía que tiene que ser sostenible y no de máximo beneficio. Tercero, que considere que las noticias son un género específico desvinculado e incluso opuesto a la publicidad y a la propaganda, porque solo de esa manera va a tener confianza la gente. Lo siguiente sería pensar qué se puede ofertar, otra serie de contenidos que no son noticias, con los cuales pertrechar esas noticias.
De cualquier forma, la solución al modelo de negocio no puede venir ahora. El primer periódico surgió 200 años después de la imprenta. Y uno dice, ¿cómo demonios una aplicación tan sencilla tardó dos siglos? Es una barbaridad. Y ahora, con 20 años de protocolo de Internet, queremos saber cómo va a ser el periódico digital ¡Por favor! Ya vale, ¿no? No existen las dietas de tres días, ni los cursos de idiomas de tres días y todos tenemos que adelgazar mucho, liberarnos de mucho peso y todos tenemos que aprender nuevos códigos y nuevos lenguajes muy desconocidos hasta hace nada.
En su libro dedica también calificativos a las empresas periodísticas: “Han equiparado libertad de prensa y de expresión. Han supeditado el derecho de expresión al negocio. Publican noticias que excluyen al público que no puede pagarlas. La información pertenece a todos”.
La información es, según la economía clásica, el bien común por excelencia. Y lo que se produce es una privatización del conocimiento. Y entonces hay economías que viven del pirateo. Las economías asiáticas emergentes viven del pirateo y obligan a que las firmas con copyright estén innovando constantemente y tengan departamentos de innovación que son claves para su supervivencia. Este es el mundo donde estamos.
Muchos colegas le preguntarían: ¿Propone entonces que las noticias sean gratis?
No, lo único que puedo decirle a ese periodista es que yo, como escritor de libros, no es que lo haga gratis, es que pierdo dinero con ello.
Pero su libro se vende en las librerías. En Amazon cuesta 19,95 euros.
Mi libro va a estar libre en la red, si no lo está ya, dentro de nada. Además, tiene licencia Creative Commons. Por favor, yo no estoy acusando a nadie de nada, sólo estoy describiendo una situación. Una situación que es muy diferente del periodista que me entrevista, privatiza mi discurso y si mi suegra quiere leer lo que he dicho tiene que comprar un diario.
Quiero que los periodistas cobren mucho, porque son los personajes sin los cuales no habrá diálogo social en el siglo XXI.
Yo quiero que a los periodistas les paguen bien y coman bien, para que quien les invite a una comida no les pueda comprar una noticia o un reportaje. Quiero que cobren mucho, porque son los personajes sin los cuales no habrá diálogo social en el siglo XXI. Lo que tenemos que hacer es dar con el margen con el que podamos rentabilizar nuestro capital intelectual.
En una entrevista en La maleta de Portbou, César Rendueles habla sobre el darwinismo tecnológico, la dicotomía entre “adaptarse o morir” que a veces se les plantea de forma tajante a los periódicos o a las editoriales. Y defiende Rendueles que para aprovechar el inmenso potencial colaborativo de la tecnología necesitamos herramientas jurídicas que nos permitan compartir contenidos, pero también cambios institucionales profundos que protejan la creación ¿Qué opina?
Está clarísimo. Tenemos que financiar los medios porque si no, los van a comprar otros. Recuperaremos a los medios que ajusten su modelo de negocio a aquello por lo que nosotros estamos dispuestos a pagar. Necesitamos un marco jurídico, nadie está hablando de la armonía del caos anarquista y egolibertariano de la red. Hay que reconceptualizar lo que es la propiedad intelectual, lo que son los derechos de los creadores y lo que son los derechos industriales, de esto no cabe ninguna duda, y es una tensión que habrá que resolver entre los actores implicados.
Criminalizar prácticas sociales extendidas como compartir archivos lo único que puede llevar es a una disociación cada vez más grande entre productores y consumidores. Por otra parte, un intercambio que no permita a los creadores y a los difusores mantenerse activos y con autonomía lo que implica es una precarización y una depauperación de lo que se ofrece, porque no tendrá los estándares mínimos de los que hablábamos antes.
¿Qué ocurre si, como periodista, un día me doy cuenta de que lo que yo escribo y pongo en la calle no vale nada, porque la gente no lo compra?
El periodista debería darse cuenta de que todos los que escribimos libros tenemos el mismo problema, debería darse cuenta de que el editor de prensa, el editor de libros y el de música tienen el mismo problema. Es un problema de la reproductibilidad, de la capacidad que una sociedad puede tener de reproducir su cultura y sus productos. Debemos encontrar el margen temporal en el cual podemos mantener privatizado un contenido que luego, sí o sí, va a ser de dominio público y además muy rápido.
Los muros de pago no funcionan. Los muros temporales que además te quitan la publicidad y te hacen la lectura más cómoda, parece ser que están funcionando. Si no diferencias contenidos premium y contenidos gratis, no vas a poder atraer a ese tipo de gente que hace tiempo que cortó amarras contigo y las va a seguir cortando porque todavía no ha encontrado que estés ofreciendo un producto lo suficientemente bueno para pagarte.
Me hace mucha gracia que sea tan difícil de entender esto cuando hemos vivido en el imperio de “el cliente tiene la razón y aquí producimos las noticias que la gente nos pide”. ¿Dónde se ha ido ese discurso? Hasta ahora teníamos gente trabajando en las noticias que decía: “Yo hago las noticias y las hago así, las personalizo, las dramatizo, las editorializo políticamente de esta manera porque esto es lo que la gente quiere escuchar y yo le doy lo que quiere”. ¿Dónde está ese discurso ahora? Es muy extraño que la profesión no se haya parado a pensar lo suficiente como para pura y simplemente percibir la realidad que le rodea y preguntarse qué es lo que realmente está haciendo, aparte de ese discurso de autoconsumo y de autocomplacencia.
La gente nos está diciendo que, o bien somos elementos para el cambio y para la transformación, o bien desapareceremos cuando desaparezcan las carteras de publicidad y los fieles que siguen oficiando los ritos de autoconsumo de nuestros periódicos.
Usted vincula el cambio del periodismo con la transformación social y una regeneración democrática ¿Qué papel juega el periodismo en ese proceso?
Es que si no hace eso, hará todo lo contrario. Los medios de comunicación están ante un momento histórico, donde internet puede ser la palanca de regeneración, profundización e intensificación de la democracia o todo lo contrario: un régimen de control absoluto por parte de aquellos que propugnan la trasparencia siempre para nosotros y nunca para ellos.
Para desempeñar ese protagonismo que usted les atribuye serían necesarios medios robustos e independientes.
La viabilidad de las empresas periodísticas se la va a conceder el público, que se va a comprometer con su pervivencia económica una vez que constate que ese producto le permite jugar un rol acorde con sus posibilidades políticas y comunicativas. Sólo la credibilidad va a permitirte tener abierto el negocio.
Para el periodismo no sirven los cobardes, los rutinarios o los perezosos mentales. Ser periodista no es para cualquiera.
Se necesita gente humilde a los mandos, muy humilde, que sepa que no tiene ninguna solución inmediata para lo que está ocurriendo y que esa solución pasa por escuchar y atender demandas todavía no explicadas o mal formuladas.
Se necesita gente muy competente, que conozca muy bien el mundo donde está radicado y también las conexiones de ese mundo con una economía y con unos flujos de orden global de todo tipo, no solo económicos, también humanos y culturales.
Se necesita gente dispuesta a adoptar nuevos caminos que recorrer y capaz de bucear en sus propios equipos, en sus propios recursos, para ver cuáles de ellos son capaces de cumplir con esa tarea que yo estoy señalando.
Para el periodismo no sirven los cobardes, no sirven los rutinarios, no sirven los perezosos mentales. Ser periodista no es para cualquiera. Es para aquel que se posiciona ante la realidad con un compromiso de fidelidad a ella misma y se posiciona ante una comunidad con el compromiso de diálogo constante y de servicio. Y para eso no sirve cualquiera.
Víctor Sampedro Blanco nació en Viveiro (Lugo) hace 48 años. Afincado en Madrid, está casado con una burladesa a la que conoció cuando estudió periodismo en la Universidad de Navarra. Son padres de una niña de 9 años y un niño de 7. Es catedrático de Opinión Pública y Comunicación Política en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Su biografía se puede consultar en Media Lab Prado.
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