Periodismo indisciplinado

septiembre 24, 2014 | 3 Comments | Blog, Destacados | Un artículo por: Alfredo Casares

La pasión por la búsqueda de intersecciones entre diferentes culturas y disciplinas le viene a Frans Johansson desde la cuna. Hijo de padre sueco y madre de origen afroamericano y cherokee, ha dedicado su vida profesional a favorecer la diversidad como una fecunda fuente de creatividad e innovación. En su libro “El efecto Medici” repasa decenas de ejemplos para ilustrar cómo iniciar procesos de generación de nuevas ideas: ampliando los puntos de vista de personas con origen, género, especialidad y experiencia vital variados; ensanchando nuestra red de relaciones y adentrándonos en terrenos desconocidos, o combinando conceptos de disciplinas distintas.

Para quienes tendemos a descubrir referencias al periodismo en todos los libros, fue sencillo encontrarla en el de Johansson. Describe -sin duda- al periodista cuando se refiere al “hombre del Renacimiento moderno” como “alguien que puede ver tendencias y modelos e integrar lo que sabe. Es curioso, se interesa por distintas cosas. Debe estar dispuesto a perder el tiempo en cosas que no son relevantes directamente para su trabajo pero puede integrarlas en él”.

Precisamente hoy, cuando la realidad se vuelve más compleja, interrelacionada y poliédrica, las redacciones de los medios se encuentran más desprovistas de esa mirada “renacentista” y atenta, capaz de añadir sabiduría, contexto, memoria. Apenas quedan ya reporteros y reporteras formados en una época en la que se abrían espacios para leer, conversar o hacerse preguntas. Cuando se podía perder el tiempo en adquirir conocimientos y experiencias que emplear para hacer mejor periodismo. Una época en la que el tiempo discurría más despacio.

“El tiempo se ha acelerado muchísimo”, respondía el historiador Juan Pablo Fussi a Ion Stegmeier en una entrevista publicada el 23 de septiembre en Diario de Navarra. “Tenemos hoy una sensación de celeridad, de rapidez, de inmediatez, de hechos fulgurantes, hechos efímeros. Se vive mucho más que nunca de la excitación del momento, importa mucho menos lo que ha ocurrido. Una semana es casi un siglo, ya”.

El tiempo ya no transcurre; gira veloz alrededor de un presente de 24 horas.

En plena crisis de modelo de negocio, los medios tradicionales buscan una alternativa digital que les permita adaptarse a este entorno y ser útiles a los ciudadanos. Y, necesariamente, lo hacen enfocados en el producto final, el soporte más oportuno, la plataforma más conveniente. Simultáneamente, las autoproclamadas redacciones del futuro se organizan también orientadas a los productos e incorporan nuevos perfiles técnicos capaces de hacerlos realidad. Y olvidan a menudo un ingrediente esencial.

“Ningún oficio puede ejercerse de manera consciente si las competencias técnicas que exige no se subordinan a una forma cultural más amplia, capaz de animar a cultivar el espíritu con autonomía y dar libre curso a su curiositas”. Así lo expresa Nuccio Ordine en “La utilidad de lo inútil”, una vigorosa defensa de la curiosidad y el conocimiento sin ataduras a un fin concreto.

El utilitarismo desesperado somete el ejercicio del periodismo a la fabricación de un producto. Las empresas periodísticas deberían buscar la utilidad también en el corazón mismo de su trabajo, el periodismo, que hoy, además, puede resultar más útil que nunca.

Como sentencia Ordine: “Útil es lo que nos hace mejores”.

En estas circunstancias de incertidumbre, velocidad y escasez de tiempo parece aconsejable abrirnos e incorporar al ejercicio del periodismo otros perfiles y disciplinas que enriquezcan nuestra mirada. No me refiero a emplearlas como fuentes, sino a sumarlas a los equipos de trabajo desde el inicio del proceso y en todas sus etapas: observar, interpretar, comprender, valorar, decidir, enfocar, describir y trasladar la realidad a los ciudadanos.

El profesor venezolano Miguel Martínez Miguélez, de la Universidad Simón Bolívar de Caracas (Venezuela), lleva años estudiando la intersección de disciplinas para enriquecer esa mirada. En su artículo “Transdisciplinariedad y lógica dialéctica” sostiene que “cada uno de nosotros ha nacido y crecido en un contexto y en unas coordenadas socio históricas que implican unos valores, creencias, ideales, fines, propósitos, necesidades, intereses, temores, etc. y ha tenido una educación y una formación con experiencias muy particulares y personales. Todo esto equivale a habernos sentado en una determinada butaca, con un solo punto de vista, para presenciar y vivir el espectáculo teatral de la vida. Por esto, sólo con el diálogo y con el intercambio con los otros espectadores – especialmente aquellos en posiciones contrarias- podemos lograr enriquecer y complementar nuestra percepción de la realidad”.

Y añade un reproche a la universidad porque contribuye, en su opinión, a consolidar la parcelación en compartimentos estancos, zonas de confort y poder.  Lo resume con agudeza: “Mientras que la universidad es disciplinada, los problemas reales del mundo son indisciplinados”.

Lo cierto es que permitir que otros -unos extraños- participen en desempeñar una labor para la que consideramos que sólo nosotros estamos capacitados no es una tarea sencilla. “Somos reacios a trabajar en equipos heterogéneos porque tendemos a permanecer con las personas que son como nosotros y piensan como nosotros, y a evitar a las que son diferentes”, advierte  Johansson. “Además de esta tendencia natural, hay otro motivo más práctico: hace que todo sea mucho más fácil”.

 

La visualización que ilustra este post es de hubcab.org y forma parte de un proyecto del MIT Senseable City Lab. Un equipo transdisciplinar geolocalizó y analizó los 170 millones de servicios de los 13.586 taxis de la ciudad de Nueva York en 2011. El estudio determinó que compartir taxi reduciría un 40% el número de trayectos, con el consiguiente ahorro económico, de combustible y de emisión de CO2.


3 Comments

  1. Posted by Jeannette Rivera-Lyles on

    De acuerdo, ¿pero cómo le ponemos el cascabel al gato? La realidad en las salas de redacción que conozco, que son las estadounidenses, es que ese utilitarismo desesperado al que aludes ha dado pie a que quienes están al mando de la “fabricación” del producto quieran hacerlo bajo los mismos principios de negocio que se le aplican a las bienes raíces o a la manufactura. Los márgenes de ganancia nunca han sido los mismo, pero Wall Street exige que los sean. Se recurre entonces a abaratar el producto (despidos, reducción de contenido, menos material exclusivo u original) pero se pretende que suba su valor en el mercado. No quiero sonar derrotista, que yo también estoy en ésto de por vida, but I don’t see the light at the end of the tunnel.

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